Hace aproximadamente un año, tuvimos la oportunidad de conocer, en una visita con alumnos de 4º de ESO y 1º de Bto., la realidad de la vida religiosa del Instituto religioso femenino "Iesu Communio" ("en comunión con Jesús"), justo poco antes de que fuera reconocido por el Papa Benedicto XVI, cuando aún eran Clarisas de clausura.
La visita fue muy bien valorada por los alumnos y alumnas que participaron, pues ver a una comunidad de casi 200 religiosas (muchas de ellas jóvenes) viviendo en clausura, con una sonrisa en los labios y una cara de felicidad desbordante, es algo que no se tiene la oportunidad de ver todos los días. Además, teníamos el aliciente de que una antigua alumna de nuestro instituto, Cristina Quintero, hacía poco que había entrado en dicha comunidad religiosa y algunos alumnos la conocían, pues había sido su catequista en la parroquia de San Juan Bautista, aquí en Arganda.
Pues bien, hace pocos días me he enterado que ya tienen página web oficial y me ha parecido interesante darla a conocer. En dicha página web, de forma muy sencilla, casi con más imágenes que palabras y con solo cinco secciones, nos cuentan su "identidad", forma de "contacto", "¿cómo llegar?" a su comunidad y comparten sus "escritos y testimonios" y "vídeos", aún con pocos recursos multimedia, pero habrá que darles tiempo para que vayan compartiendo, con todo aquel al que le interese, a través de la web, la riqueza de vida que han encontrado.
Al entrar en su web llama la atención la imagen que aparece en el centro (ver foto anterior), que es muy simbólica y, si sabemos verla y entenderla, nos informa del porqué, estas ya más de 200 mujeres, han elegido esta forma de vida. La imagen representa, en su parte inferior, una figura humana (una mujer) apegada al suelo, a lo material, a lo físico, tumbada, cómoda, pero que no es feliz. Y surge de ella, de su interior, un grito, una necesidad: "Tengo sed". Es la sed que todos tenemos de ser felices en plenitud. No de tener momentos pasajeros de alegría, sino de ser felices plenamente y para siempre. Es una sed que la sociedad en la que vivimos no consigue saciar, a pesar de todo lo que nos ofrece, y la mujer sigue buscando, apegada al suelo, sin darse cuenta que la respuesta al ansia de plenitud que tiene (que tenemos) puede estar en otro lado.
Y de otro lado, vienen el alimento y la bebida que pueden calmar dicha sed. Por propia iniciativa, el Señor, Dios Padre, se acerca al cuerpo tendido de la mujer. Se hace alimento y bebida cercanos para ella, a través de su Hijo, de Jesucristo. Es lo que representa el pan, partido, para ser repartido y compartido por todo el género humano. Es el alimento que se hace cercano, por amor (si nos fijamos el pan parece tener cierta forma de corazón). Y de ese pan partido, brota la bebida. Del cuerpo roto de Cristo brota su sangre, que es vida entregada. Por amor, Cristo entrega su vida para redimir a la humanidad, para que cada ser humano pueda ver satisfecha su ansia de plenitud, su necesidad de plena felicidad. Y, por eso, el vino que sale del pan (la vida entregada de Cristo) llega hasta el interior de la mujer tendida, para calmar su sed, para que sea feliz de forma plena y permanente.
Pero, si nos seguimos fijando, aún hay algo más en la imagen. En el pan aparece la figura, el dibujo de una paloma que, con sus alas abiertas en forma de cruz, nos indica el sentido de su vuelo: de arriba hacia abajo, de Dios hacia la mujer. Es una paloma blanca, de una blancura radiante, sin límites definidos, pues llega a fundirse con la textura del pan. Es el Espíritu Santo, que lleva la luz de Dios, a través del sacrificio de Cristo, para acabar con las sombras en las que el ser humano (la figura de mujer) vive.
Por tanto, es Dios, en su Misterio de comunidad trinitaria, como Padre, Hijo y Espíritu Santo, quien sale al encuentro de la persona para invitarla a cambiar de vida, a que se gire, a que se dé la vuelta y acepte libremente el ofrecimiento divino de la respuesta a su sed: una vida plena y feliz.
Es una bonita y rica imagen, por el simbolismo que contiene, que, en sí misma, es un resumen teológico y antropológico del encuentro y la relación de amor que, por la fe creyente, que es don de Dios, surge entre Él y su criatura, el ser humano. Ver dicha imagen me ha motivado a hacer esta pequeña interpretación personal y compartirla con todos, para que también podáis enriquecerla con vuestras aportaciones personales.
Y para terminar, os dejo también, en un enlace, el testimonio, que he encontrado en un blog personal (a cuyo autor no tengo el gusto de conocer), de nuestra antigua alumna, Cristina, quien, a través de una entrevista, nos cuenta cómo fue su proceso de conversión, su vida de fe, cómo tomó la decisión de entrar en la comunidad religiosa de clausura y lo que ha supuesto para su vida dicha decisión. Supongo que para la gente de Arganda que la conoce, que la conocemos, es un testimonio de fe cargado de ternura, de la ternura de una joven entrañable que buscó el camino de su felicidad y no paró hasta encontrarlo en un monasterio de clausura en La Aguilera, Burgos. ¡Que seas feliz, Cristina! ¡Te lo mereces!
Si queréis leer la entrevista que le hacen a Cristina, la tenéis en el siguiente enlace.
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