Con su habitual agudeza, el dibujante Quino, creador de Mafalda, pone "el dedo en la llaga". En estos días, todos nos mandamos tarjetas, imágenes, mensajes,... de felicitación con los que expresamos nuestro deseo que el nuevo año sea mejor que el anterior, como si nuestra felicidad dependiera de algo externo a nosotros mismos o de tener la "suerte de cara", como se suele decir. Al final, seguimos haciendo las mismas cosas, las mismas actividades cotidianas, la misma vida rutinaria,... Y, cuando termine este 2014, volveremos a desear que el 2015 sea mejor, el 2016,... 2017... 2018...
No nos damos cuenta que, para que algo cambie en nuestra vida, tenemos que hacer cosas distintas, o tal vez sí nos damos cuenta, pero nos cuesta ponernos en camino. Nos cuesta porque los cambios no nacen del corazón; nos cuesta porque no terminamos de creernos que podemos ser felices de verdad y en plenitud con los demás; nos cuesta, en definitiva, porque tenemos una inercia de vida, a la que no queremos renunciar porque nos da seguridad, pero que, casi sin darnos cuenta, nos hunde en la mediocridad de una vida hedonista, burocratizada e individualista que, a la postre, nos dejará.insatisfechos con nosotros mismos y con la sensación de no poder cambiar nada, porque "es lo que hay". Así, todo es relativo, no hay grandes cosas por las que movilizarse y la vida es vana, nada es realmente importante...

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