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sábado, 26 de diciembre de 2015

El verdadero regalo de Navidad



Conocí este vídeo en la Navidad del año pasado cuando me lo enviaron por wassap. Pero ha sido ahora cuando me decido a compartirlo, pues creo que resalta el significado real y profundo de la Navidad, que deberíamos recuperar, en sintonía con mi comentario de la entrada anterior. Lejos de ser una fiesta para el consumo exacerbado de lo material (comida, bebida, alcohol, lotería, regalos,...), la Navidad debería ser un tiempo para pararnos a reflexionar, profundizar y vivir con gozo el verdadero motivo de esta celebración: el nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios. Ese Hijo, que fue enviado por el Padre para mostrar a la humanidad el camino de la felicidad, desde el amor, la solidaridad, la misericordia,...

Desde la fe cristiana, creer que Dios envía a su Hijo a hacerse hombre, para salvar a la humanidad, supone entender la encarnación de Dios como un regalo. Como se refleja en el vídeo, Dios nos da a su Hijo porque nos ama y quiere lo mejor para nuestra vida. Y ¿qué mejor regalo que su presencia para mostrarnos el camino de la vida eterna (Jn 3, 16)?

La celebración de la Navidad viene de lejos. Empezó a mediados del siglo IV, cuando el Imperio Romano ya empezaba a cristianizarse, y ha seguido celebrándose hasta la actualidad. Y, desde sus inicios, con la conciencia clara del recuerdo y conmemoración de la encarnación del Hijo de Dios, como momento importante de la vida de los primeros cristianos, junto con la resurrección. Este motivo de celebración, a lo largo del tiempo, con la secularización y la pérdida de la fe por parte de la población, ha ido dando paso a una celebración más mundana y materialista de la Navidad que desemboca en lo que hoy tenemos: unas vacaciones para el consumo. Se trata de unos días festivos para estar en familia, lo cual está muy bien, pero donde se ha sustituido el acontecimiento principal del nacimiento de Jesús por el encuentro familiar en torno al exceso de comida, bebida, regalos,... relegando, en el mejor de los casos, dicho nacimiento a su representación inmóvil en un belén, con un carácter secundario.

Sin menospreciar la fe de nadie ni la celebración que cada uno haga en estos días festivos, pues las manifestaciones populares religiosas de la Navidad también son numerosas y positivas, sí me atrevo a reivindicar, como necesaria, una vuelta a los orígenes, para recuperar el primigenio sentido y significado de la Navidad: celebrar el nacimiento de Jesús con gozo y alegría. Tenemos la tremenda suerte de ser amados por un Dios que quiso hacerse hombre, asumiendo la humanidad hasta sus últimas consecuencias, y nació en la piel de un tierno niño, de un bebé, que, con el tiempo, sería el Mesías prometido, el Salvador. Ese debe ser el primer y único sentido de la Navidad. Y, desde él, cobra verdadero y profundo sentido la felicitación que nos transmitimos en estos días. Es el buen deseo que el recuerdo y la celebración del nacimiento del Hijo de Dios nos ponga en el camino de nuestra propia felicidad. Así sea.

¡¡Feliz Navidad!!

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