Hace poco, en el portal "Hautatzen", de nuestra compañera del país vasco, Mariam, me encontré con un interesante texto que quiero compartir con todos. Se trata, supuestamente, de una carta que Abraham Lincoln dirigió al profesor de su hijo, en 1830, haciéndole una serie de recomendaciones en las que expone su concepto de educación y cómo debía el docente realizar su función respecto de su hijo.
Pasando por alto la suposición de que todo docente "conoce su trabajo y sabe lo que tiene que hacer" (es un suponer), curiosamente, no le pide al profesor que enseñe a su hijo matemáticas, ciencias, lengua, historia o religión, por ejemplo, sino que lo que le pide es que prepare a su hijo para la vida, que le enseñe los valores que le ayudarán a guiarse de forma correcta a lo largo de su existencia, en la sociedad que le tocó vivir, y que le trate de forma que pueda desarrollar sus propias capacidades para valerse por sí mismo y tomar sus propias decisiones. Pero siempre, en relación con los demás y con Dios.
Toda una lección de que la educación, además de aportar conocimientos, saberes, datos, acontecimientos y procedimientos, también debe transmitir los valores que han acompañado a la civilización humana, haciéndola posible y ordenándola hacia una convivencia justa y pacífica entre las personas, para que estas tengan una existencia digna. Una lección que, hoy, guarda toda su vigencia, ante la pérdida de valores que nuestra sociedad actual está viviendo, como una de las causas profundas de una crisis a la que, aún, no se le ve salida.
Es una carta que, desde 1830, Abraham Lincoln nos escribe a cada docente para que la tengamos en cuenta con cada uno de nuestros alumnos y alumnas actuales. Un bello texto para abrir un debate y una reflexión en clase sobre la importancia de educar y hacerlo bien. Espero que os guste.
"Querido profesor,..."
"Querido profesor, mi hijo tiene que aprender que no todos los hombres
son justos ni todos son veraces. Enséñele que por cada villano hay un
héroe, que por cada egoísta hay un generoso. También enséñele que por
cada enemigo hay un amigo y que más vale moneda ganada que moneda
encontrada.
Quiero que aprenda a perder y también a gozar correctamente de las
victorias.
Aléjelo de la envidia y que conozca la alegría profunda del
contentamiento.
Haga que aprecie la lectura de buenos libros sin que deje de
entretenerse con los pájaros, las flores del campo y las maravillosas
vistas de lagos y montañas.
Que aprenda a jugar sin violencia con sus amigos.
Explíquele que vale más una derrota honrosa que una victoria vergonzosa.
Que crea en sí mismo, en sus capacidades, aunque quede solito y tenga
que lidiar contra todos.
Enséñele a ser gentil con los buenos y duro con los perversos.
Instrúyalo a que no haga las cosas porque simplemente otros lo hacen;
que sea amante de los valores.
Que aprenda a oír a todos pero que a la hora de la verdad decida por sí
mismo.
Enséñele a sonreír y a tener el humor cuando esté triste.
Y enséñele que a veces los hombres también lloran.
Enséñele a ignorar los gritos de las multitudes que sólo reclaman
derechos sin pagar el costo de sus obligaciones.
Trátelo bien, pero no lo mime ni lo adule. Déjelo que se haga fuerte
solito.
Incúlquele valor y coraje pero también paciencia, constancia y
sobriedad.
Transmítale una fe firme y sólida en el Creador. Teniendo fe en Dios
también la tendrá en los hombres.
Entiendo que le estoy pidiendo mucho pero haga todo aquello que pueda." Abraham Lincoln, 1830.
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