Hace poco, a través del portal "EREALCALÁ", descubrí un esclarecedor artículo, firmado por Mariano Martín Gordillo, sobre la importancia de las llamadas Actividades Complementarias y Extraescolares en los Centros Educativos. Desde nuestro Departamento de Religión, siempre hemos defendido la realización de dichas actividades y siempre nos hemos preocupado de proponer actividades formativas y beneficiosas para nuestros alumnos. Por eso, en un momento de crisis y de recortes, en el que estas actividades están siendo cuestionadas, me parece oportuno traer a nuestro blog este interesante artículo para clarificar y poner de relieve la importancia de estas actividades en la educación de niños y jóvenes.
Este artículo se puede consultar también en el blog del autor y en la revista "Escuela", en la que salió publicado el 23 de mayo pasado.
Complementarias y extraescolares
Dos conceptos emparejados de difícil definición. Como el viejo cine de
arte y ensayo, en el que nadie sabía qué películas eran de arte y cuáles
de ensayo. La etiqueta simplemente las distinguía del resto, del cine
normal. Hoy se habla de cine independiente o de autor para aludir a ese
que sigue estando en los márgenes. Como esa interesante web sobre cine
español al margen. Como las actividades complementarias y
extraescolares, que también parecen estar al margen.
Hacer y ver teatro, ir al cine, ir a conciertos, tocar algún instrumento, visitar exposiciones, hacer danza, practicar deportes, ir al campo, visitar museos, entrar en un laboratorio, conocer una fábrica, recorrer ciudades, convivir con gentes de otras culturas, aprender a viajar… Esas cosas, que tanto se parecen a la vida, son las actividades complementarias y extraescolares en la terminología de la burocracia escolar. Cosas al margen. Casi arte y ensayo.
Más que por lo que son, las actividades complementarias y extraescolares se definen por lo que no son. No son lectivas. No son curriculares. Tampoco parecen evaluables. Y ahí empiezan sus problemas. Lo lectivo, lo curricular y lo evaluable está siempre bien organizado, dispone de su tiempo y su espacio en el sistema escolar. Lo otro no. Esas otras actividades apenas son valoradas y evaluadas. Su organización queda para espacios y tiempos marginales, los que no son obligatorios, los del voluntarismo. De hecho, muchas de ellas están privatizadas. Corresponden a ese capital cultural que cada familia transmite a sus vástagos en el tiempo no escolar. Ese tiempo que, con la generalización de la jornada continua, es cada vez más extenso y más desigual.
En otros países esa otra educación no lectiva se considera esencial. Una parte significativa
de su tiempo escolar es también educativo en ese sentido más amplio que no limita la formación a la sucesión de asignaturas. Esas otras actividades impregnan la vida de sus centros definiendo también su identidad. Pero en nuestra escuela lo complementario y lo extraescolar tiende a ser lo voluntario, lo periférico. Incluso lo prescindible.
Salir con los alumnos a los lugares en que transcurre la vida o hacer que la vida real entre cotidianamente en los centros es casi un desafío que asumimos parte de los docentes mientras otros nos miran condescendientes. Y es que muchos no reconocen como valiosas otras competencias profesionales que no sean las del aula y sus rutinas.
Por eso esas actividades parecen marginales y a las primeras de cambio son marginadas. Cuántos centros habrán trasladado a ellas los recortes que venimos padeciendo en los últimos tiempos. Cuántos niños y adolescentes habrán perdido, con su reducción o suspensión, la única oportunidad que tenían para saber que la vida es más amplia que lo que les pueden ofrecer sus iguales, su entorno familiar o sus asignaturas escolares.
El compromiso con la educación pública pasa hoy por identificar con claridad quiénes son los responsables de lo que está pasando. Y tomar conciencia de que no lo son nuestros alumnos ni sus familias. Al contrario. Ahora que el entorno social de tantas escuelas sufre intensamente este drama económico, no debemos confundir para quiénes trabajamos y quiénes son los que dificultan nuestro trabajo. Hoy, más que nunca, debemos hacer todo lo posible (y hasta lo imposible) para que los niños y los jóvenes de nuestro país no pierdan la oportunidad de conocer su entorno, de ver y hacer teatro, cine, música, danza, deporte, de participar en intercambios, de disfrutar de las diversas manifestaciones de la cultura que existen más allá del currículo. De acceder, en suma, a unas experiencias que cada vez menos familias pueden aportarles y que quizá muchos solo podrán vivir si su escuela se las ofrece.
Estos tiempos dramáticos nos llegan cuando aún teníamos mucho por hacer y mucho por aprender en este campo. La disciplina de las disciplinas seguía dominando buena parte de esas actividades complementarias y extraescolares. En secundaria seguía siendo habitual un modelo de salidas extraescolares presidido por esa lógica compartimentada. Este tipo de actividades eran eso, complementarias (a las asignaturas) y extraescolares (al tiempo y al espacio lectivo). Todavía teníamos mucho que avanzar en su planificación y organización, en el papel de los tutores en ellas, en el reconocimiento de los docentes que las llevan a cabo, en la conexión cotidiana entre el espacio educativo, el científico y el cultural. Tres ámbitos que comparten el drama de un abandono que puede dañar gravemente el futuro de nuestro país.
Por eso no podemos detenernos. Justamente porque ciertos poderes los dejan a su suerte, debemos seguir apostando por abrir nuestros centros al entorno cultural. Hoy es casi un compromiso ético seguir empeñados en que las actividades complementarias no sean marginales sino esenciales y las actividades extraescolares no sean excepcionales sino cotidianas en nuestros centros.
Hacer y ver teatro, ir al cine, ir a conciertos, tocar algún instrumento, visitar exposiciones, hacer danza, practicar deportes, ir al campo, visitar museos, entrar en un laboratorio, conocer una fábrica, recorrer ciudades, convivir con gentes de otras culturas, aprender a viajar… Esas cosas, que tanto se parecen a la vida, son las actividades complementarias y extraescolares en la terminología de la burocracia escolar. Cosas al margen. Casi arte y ensayo.
Más que por lo que son, las actividades complementarias y extraescolares se definen por lo que no son. No son lectivas. No son curriculares. Tampoco parecen evaluables. Y ahí empiezan sus problemas. Lo lectivo, lo curricular y lo evaluable está siempre bien organizado, dispone de su tiempo y su espacio en el sistema escolar. Lo otro no. Esas otras actividades apenas son valoradas y evaluadas. Su organización queda para espacios y tiempos marginales, los que no son obligatorios, los del voluntarismo. De hecho, muchas de ellas están privatizadas. Corresponden a ese capital cultural que cada familia transmite a sus vástagos en el tiempo no escolar. Ese tiempo que, con la generalización de la jornada continua, es cada vez más extenso y más desigual.
En otros países esa otra educación no lectiva se considera esencial. Una parte significativa
de su tiempo escolar es también educativo en ese sentido más amplio que no limita la formación a la sucesión de asignaturas. Esas otras actividades impregnan la vida de sus centros definiendo también su identidad. Pero en nuestra escuela lo complementario y lo extraescolar tiende a ser lo voluntario, lo periférico. Incluso lo prescindible.
Salir con los alumnos a los lugares en que transcurre la vida o hacer que la vida real entre cotidianamente en los centros es casi un desafío que asumimos parte de los docentes mientras otros nos miran condescendientes. Y es que muchos no reconocen como valiosas otras competencias profesionales que no sean las del aula y sus rutinas.
Por eso esas actividades parecen marginales y a las primeras de cambio son marginadas. Cuántos centros habrán trasladado a ellas los recortes que venimos padeciendo en los últimos tiempos. Cuántos niños y adolescentes habrán perdido, con su reducción o suspensión, la única oportunidad que tenían para saber que la vida es más amplia que lo que les pueden ofrecer sus iguales, su entorno familiar o sus asignaturas escolares.
El compromiso con la educación pública pasa hoy por identificar con claridad quiénes son los responsables de lo que está pasando. Y tomar conciencia de que no lo son nuestros alumnos ni sus familias. Al contrario. Ahora que el entorno social de tantas escuelas sufre intensamente este drama económico, no debemos confundir para quiénes trabajamos y quiénes son los que dificultan nuestro trabajo. Hoy, más que nunca, debemos hacer todo lo posible (y hasta lo imposible) para que los niños y los jóvenes de nuestro país no pierdan la oportunidad de conocer su entorno, de ver y hacer teatro, cine, música, danza, deporte, de participar en intercambios, de disfrutar de las diversas manifestaciones de la cultura que existen más allá del currículo. De acceder, en suma, a unas experiencias que cada vez menos familias pueden aportarles y que quizá muchos solo podrán vivir si su escuela se las ofrece.
Estos tiempos dramáticos nos llegan cuando aún teníamos mucho por hacer y mucho por aprender en este campo. La disciplina de las disciplinas seguía dominando buena parte de esas actividades complementarias y extraescolares. En secundaria seguía siendo habitual un modelo de salidas extraescolares presidido por esa lógica compartimentada. Este tipo de actividades eran eso, complementarias (a las asignaturas) y extraescolares (al tiempo y al espacio lectivo). Todavía teníamos mucho que avanzar en su planificación y organización, en el papel de los tutores en ellas, en el reconocimiento de los docentes que las llevan a cabo, en la conexión cotidiana entre el espacio educativo, el científico y el cultural. Tres ámbitos que comparten el drama de un abandono que puede dañar gravemente el futuro de nuestro país.
Por eso no podemos detenernos. Justamente porque ciertos poderes los dejan a su suerte, debemos seguir apostando por abrir nuestros centros al entorno cultural. Hoy es casi un compromiso ético seguir empeñados en que las actividades complementarias no sean marginales sino esenciales y las actividades extraescolares no sean excepcionales sino cotidianas en nuestros centros.
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