Al revés de lo que suele creer mucha gente, la fe y la razón no se contraponen, sino que, más bien, se complementan. Para un creyente, la razón ayuda a su fe, pues una fe sin base racional puede irse reduciendo y, con el tiempo, desapareciendo o, lo que es peor, puede ir derivando en superstición, pues quien no tiene razones para creer, termina creyendo cualquier cosa. Y la fe también ayuda a la razón pues, al tener la vista puesta en Dios, es más fácil abandonar dogmatismos reduccionistas de la naturaleza humana, que pueden restarle valor y dignidad.
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