En el pensamiento actual, se tiende a pensar que todo es relativo, no hay verdades absolutas. Por tanto, todo vale y cada individuo puede pensar lo que quiera, cada uno tiene su verdad (que suele coincidir con intereses particulares o espurios) y puede defenderla a capa y espada, aunque eso suponga, a veces, ir contra los derechos más básicos de otros seres humanos. No voy aquí a dar ejemplos de esto que digo, pues seguro que cada uno podemos decir varios. Pero sí voy a defender que hay verdades universales y absolutas y que, no reconocerlas, puede ser perjudicial para el ser humano.
Cada uno de nosotros, cada persona, está llamado a desentrañar el misterio de su vida y responder a preguntas como: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy?, ¿de dónde todo?, ¿para qué todo?,... Cuestiones como estas son las que ayudan a fundamentar una vida y encontrar sentido a la misma. No es una cuestión baladí, pues, dependiendo de la respuesta que demos a estas preguntas, podemos decir que está en juego nuestra felicidad y la de los que nos rodean.

Si somos sinceros en dicha búsqueda y coherentes con los requerimientos de nuestro corazón y de nuestra razón, no andaremos lejos de Dios, ni de su mensaje, aunque no tengamos vida de fe.
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